Aprendí
de mi padre a recorrer las calles.
Mi
padre es andariego y conversador. Se detiene con gente de distintos olores, los
que huelen a satisfacción, los que huelen a amargura. Yo aprovecho esos largos momentos para hacer
mis recorridos por las calles de Cafarnaúm, de Betania, de Nazareth, porque mi
padre nunca está quieto.
Sé
que después volvemos a encontrarnos en algún lugar, y entonces él me sonríe y
yo también.
Ese
día, estábamos en Betania. Mi padre se había entretenido hablando con unos
pescadores con los que se encontraba a menudo. Por su manera de sentarse, supe
que la conversación sería larga, así que yo me marché.
Apenas
me había alejado cuando lo vi, revolviendo unos bultos con entusiasmo. Me fui
contra él, seguro de poder arrebatarle lo que allí hubiera de bueno.
No
fue necesario más que acercarme para que se hiciera a un lado. Tenía un pedazo
de trapo entre los dientes. No grasa, ni huesos ni pellejo, ni siquiera
cáscaras, solamente un trozo de tela.
Alcé
la cabeza y vi que se alejaba.
Fui
tras él.
Se
dirigió al templo por el mismo camino que mi padre y yo hacíamos a menudo.
Cuando llegamos, un hombre tirado en el suelo lo llamó con voz débil. Salsifí,
le dijo. Y supe que, como yo, él también tenía un padre y un nombre.
Salsifí
le ofreció a su padre el trapo que traía consigo. Olí la decepción del hombre.
La decepción y el hambre.
Conozco
muy bien ese olor porque paso mucho tiempo en las calles. Y así olía el hombre
arrinconado contra un muro del templo, incapaz de valerse por sí mismo.
A
su alrededor había pedazos de vasijas y de mosaicos, maderas, ropa sucia,
herramientas rotas.
Salsifí
volvió a irse y yo tras él.
Fuimos
y regresamos muchas veces. Y siempre igual: Salsifí comía lo que hallaba, y yo
le cedía, para luego llevarle objetos desechados al hombre que lo esperaba.
Lo
hacía por amor. Salsifí creía que era sólo eso lo que su amo le reclamaba,
porque Salsifí no conocía el olor del hambre.
Cuando
anocheció los abandoné.
Me
fui trotando por las calles oscuras de Betania hasta que hallé a mi padre.
Estaba en la casa de unas mujeres que tenía un hermano moribundo.
Me
eché a esperar que saliera.
Liliana Bodoc
Alfaguara
– Serie roja
ISBN
978-987-04-2835-0