La propuesta de este espacio es difundir e intercambiar ideas y experiencias pedagógicas para la construcción de una cultura de paz
Todos somos parte de la amorosa energía que da vida a nuestro planeta…
Nuestras acciones como individuos nos liberan o nos condenan como sociedad.
Te invito a compartir este ideal de cultura de paz en cada pequeña elección de nuestra vida diaria.

Fraternalmente:
A. Z.
10 de febrero de 2011



“La cultura de paz es el pleno respeto a
la dignidad y a los derechos
individuales y colectivos de
las personas y de los pueblos.”

Rigoberta Menchú Tum



sábado, 26 de abril de 2014

Mi ciudad tiene vida






Ciudad sur santafesina,
ciudad de mi corazón,
te extraño cuando me alejo
y te quiero cuando aquí estoy.

Tu historia es una leyenda
de indios y un venado;
ciudad fuiste creciendo
y yo fui creciendo a tu lado.

Tus calles están más largas
tus edificios hacia arriba.
¡Ahora tenés un Shopping!
“Esta ciudad tiene vida.”


                   Ana Aime

(11 años)

miércoles, 2 de abril de 2014

El perro del peregrino

       


              Aprendí de mi padre a recorrer las calles.
            Mi padre es andariego y conversador. Se detiene con gente de distintos olores, los que huelen a satisfacción, los que huelen a amargura.  Yo aprovecho esos largos momentos para hacer mis recorridos por las calles de Cafarnaúm, de Betania, de Nazareth, porque mi padre nunca está quieto.
            Sé que después volvemos a encontrarnos en algún lugar, y entonces él me sonríe y yo también.
            Ese día, estábamos en Betania. Mi padre se había entretenido hablando con unos pescadores con los que se encontraba a menudo. Por su manera de sentarse, supe que la conversación sería larga, así que yo me marché.
            Apenas me había alejado cuando lo vi, revolviendo unos bultos con entusiasmo. Me fui contra él, seguro de poder arrebatarle lo que allí hubiera de bueno.
            No fue necesario más que acercarme para que se hiciera a un lado. Tenía un pedazo de trapo entre los dientes. No grasa, ni huesos ni pellejo, ni siquiera cáscaras, solamente un trozo de tela.
            Alcé la cabeza y vi que se alejaba.
            Fui tras él.
            Se dirigió al templo por el mismo camino que mi padre y yo hacíamos a menudo. Cuando llegamos, un hombre tirado en el suelo lo llamó con voz débil. Salsifí, le dijo. Y supe que, como yo, él también tenía un padre y un nombre.
            Salsifí le ofreció a su padre el trapo que traía consigo. Olí la decepción del hombre. La decepción y el hambre.
            Conozco muy bien ese olor porque paso mucho tiempo en las calles. Y así olía el hombre arrinconado contra un muro del templo, incapaz de valerse por sí mismo.
            A su alrededor había pedazos de vasijas y de mosaicos, maderas, ropa sucia, herramientas rotas.
            Salsifí volvió a irse y yo tras él.
            Fuimos y regresamos muchas veces. Y siempre igual: Salsifí comía lo que hallaba, y yo le cedía, para luego llevarle objetos desechados al hombre que lo esperaba.
            Lo hacía por amor. Salsifí creía que era sólo eso lo que su amo le reclamaba, porque Salsifí no conocía el olor del hambre.
            Cuando anocheció los abandoné.
            Me fui trotando por las calles oscuras de Betania hasta que hallé a mi padre. Estaba en la casa de unas mujeres que tenía un hermano moribundo.
            Me eché a esperar que saliera.


                                                           Liliana Bodoc
                                                           Alfaguara – Serie roja

                                                           ISBN  978-987-04-2835-0

Oscuridad

El dolor crece bajo un cielo triste y sombrío.
Temerosos ojos bucean ante un grave rugido.
Busco al despertar
amar y dar.
Con la imaginación germina un nuevo mundo florido.

A. Z.


en la semilla está el bosque

sembrando oxígeno

Luz

Un niñito sabio que en un pesebre nació
los misterios de la vida enseñó cuando creció:
“la paz
y la libertad
son joyas para quien descubre el verdadero Amor.”

A. Z.