La propuesta de este espacio es difundir e intercambiar ideas y experiencias pedagógicas para la construcción de una cultura de paz
Todos somos parte de la amorosa energía que da vida a nuestro planeta…
Nuestras acciones como individuos nos liberan o nos condenan como sociedad.
Te invito a compartir este ideal de cultura de paz en cada pequeña elección de nuestra vida diaria.

Fraternalmente:
A. Z.
10 de febrero de 2011



“La cultura de paz es el pleno respeto a
la dignidad y a los derechos
individuales y colectivos de
las personas y de los pueblos.”

Rigoberta Menchú Tum



martes, 25 de junio de 2013

La magia de los libros


Tarde de cuentos  y  poesías  con  alumnos  de  3º  y  4º 
del  Colegio  Santa  Rosa 




viernes, 21 de junio de 2013

El hada verde y los duendes del arco iris

Había una vez un pequeño pueblo, en una extensa llanura color esmeralda. Sus habitantes eran gente sencilla, alegre y solidaria, siempre dispuesta a reunirse para cantar, bailar y celebrar. Sobre la fértil manta a cuadros del paisaje los animales de granja se movían de un lugar a otro como manchas de colores.
Alrededor de la plaza principal, pintorescas casitas abrigaban los sueños de cada familia. Más allá estaba la fábrica de caramelos, un colorido edificio con dulce aroma frutal. Muchas personas del pueblo trabajaban allí.
Una mañana el cielo  oscureció en pleno día con un negro manto de noche sin luna. ¿Qué había sucedido? ¿Estaba oculto el sol tras oscuros nubarrones de tormenta? ¡No! ¡Era un gigante hambriento y gruñón! Primero, el temible ogro, comió todos los caramelos de la fábrica y después, a algunos animales de los campos cercanos. Cuando el gigante caminaba con sus pasos de trueno, dejaba huellas de miedo, muerte y destrucción. Algunas personas lograron escapar y encontrar asilo en tierras lejanas. Otras corrieron a encerrarse en sus hogares mientras el gigante dormía. Y algunos pocos comenzaron a pensar qué hacer para liberarse de este gran enemigo.
Un día llegó al pueblito una viuda con siete hijos. Tan pobre era la mujer y tantas las penurias que había pasado junto a sus pequeños, que no huyó ante la presencia amenazante del gigante dormido.
Una helada tarde de invierno, mientras la mamá  estaba aún trabajando, la niña más pequeña de los siete hermanos, que había caminado largas horas observando los senderos de las hormigas entre la hierba seca, se perdió en el monte. Cuando notó que ya  no recordaba el camino para regresar a su casa la pequeña lloró con una tristeza abismal. Sus lágrimas mojaron la tierra y bajo sus pies creció una florcita rojo carmín. Desde la rama más alta del árbol más alto, una lechuza blanca como la nieve observaba la escena con sus ojos ambarinos. En ese momento apareció entre los arbustos un joven hermoso, sus cabellos dorados iluminaban su mirada celeste y bondadosa. La niña dejó de llorar, sintió en su corazón una serena expectación y se quedó dormida. Cuando el príncipe miró a la lechuza, ella voló a buscar a Lila, el hada verde, que en sus sueños estaba creando canciones de pajaritos y pintando alas de mariposas.
Mientras tanto, todas las personas del pueblo se habían unido para buscar a la pequeña. Estuvo extraviada tres días. Al  amanecer de la tercera noche, el hada verde llegaba volando junto a la lechuza blanca. Desde arriba los campos se veían a cuadros verdosos y ocres y los caminos rurales parecían los senderos de las hormigas. Frente a las ruinas de la fábrica de caramelos el gigante dormía con su hedor pestilente de violencia y maldad. Entonces Lila cantó dulcemente y su voz cristalina llegó hasta el arco iris de los duendes, invocando su ayuda.
Los duendes del arco iris eran doce simpáticos enanitos que tenían poderes mágicos sobre el clima y los animales más feroces obedecían a sus palabras.
Lila se adentró en el monte y encontró a la pequeña dormida en el interior de una cueva, custodiada por los animales que vivían allí. El hada verde le dio un beso y en la frente de la niña  resplandeció una  estrella. La pequeña abrió los ojos y sonrió confiada al verla.
Un rayo partió en dos el cielo y el gigante se levantó gruñendo, con la intención de devorar a todo ser que encontrara. Rápidamente los duendes comenzaron a cantar y a bailar una rítmica  y graciosa melodía. Se formó una nube gris sobre la cabeza del gigante y comenzaron a llover piedras sobre él. Una serpiente verde salió entre el pastizal y le mordió el pie derecho. El gigante huyó desconcertado  con la tormenta que lo seguía hasta perderse en el horizonte.  
Los pobladores habían llegado hasta la pequeña niña, siguiendo el vuelo de la lechuza blanca, y también atraídos por  la canción del hada.
Un bellísimo arco iris iluminó el cielo cuando la madre abrazó a sus hijos. La pequeña niña sonreía feliz; un pajarito se posó en su hombro y le susurró un secreto.
La niña corrió hasta llegar al otro lado del arco iris seguida por todas las personas del pueblo. Allí encontraron un cofre lleno de monedas de oro. Desde entonces vivieron felices y en paz: siempre cantando, bailando y celebrando la vida.


                                                                                     © Alma Zolar

miércoles, 5 de junio de 2013

Historia del río que cambió de rumbo


Cuando yo era niña, por Chimel pasaba un río. No era muy grande, pero uno podía bañarse en él. También, sobre las piedras grandes y lisas como caparazones de tortugas gigantes, las señoras lavaban la ropa. Lavaban la ropa y conversaban y se reían.
         Para llegar al río debíamos atravesar un cafetal, siguiendo un senderito estrecho en donde sólo cabía una persona. El cafetal era oscuro, porque grandes árboles le daban su sombra. Era una oscuridad verde y llena de olores y, a veces, nos comíamos el rojo fruto del café, que tiene un delicioso sabor dulce. Luego bajábamos un terraplén y aparecía el río ante nuestros ojos.
         El río era transparente, parecía una hoja de papel celofán que se fuera desenrollando con el suave rumor del agua. Lo que más me gustaba era saltar de piedra en piedra. El río era un milagro. ¡Tanta agua corriendo sin cesar! Era un regalo de la naturaleza.
         Había pequeños pececillos, que eran renacuajos. Los peces grandes estaban en las partes más hondas. El río venía bajando de las altas montañas, en donde siempre había nubes. Pasaba por el pueblo y luego seguía lejos, lejos, hasta ir a dar al mar. Mi abuelo decía la mar. Nosotros nunca vimos el mar. Mi papá decía que era inmenso como el cielo. Pero yo no lo podía imaginar.
         Las piedras pequeñas del río eran de todos colores. Las había color naranja, verduscas, azabache, blancas, ámbar, amarillas. Me encantaba verlas con la lupa del agua. Metía la mano bajo el agua y también mi mano parecía grande. Cogía una piedra y me daba cuenta que era chiquita. Con mis hermanos jugábamos a salpicarnos, hasta que quedábamos completamente mojados y nos bañábamos.
         La abuelita decía: Pueden jugar con el agua todo el tiempo que quieran. Pero cuando sea el mediodía, no miren dentro del agua, no miren el fondo del río. Su reflejo o su sombra se transformará en la sombra del rostro de un gallo con cola de serpiente verdiazul. No se queden solos en la orilla del río, porque Ajaw (nuestro creador y formador) se baña y también bebe su agua.
         Aprendimos a nadar en las ensenadas del río. A veces, la corriente se aparta, como si se fuera a pasear, y descansa cerca de la orilla, en sus aguas profundas. Desde las piedras nos tirábamos de clavado y luego nadábamos hasta la ribera del río. En esos momentos, recuerdo que éramos muy felices.
El río atravesaba el pueblo. Pero cuando vinieron las épocas malas, cuando vino la guerra y la gente tuvo que ir a refugiarse en la montaña, pasó algo mágico, extraordinario. ¡El río se espantó! Se asustó de lo que había visto pasar en el pueblo, durante los años malos y entonces se metió debajo de la montaña. Fue a salir del otro lado. Y ahora el río no pasa por Chimel.
         Pasa del otro lado de la montaña, a donde se fue a esconder, junto con la gente. Yo quisiera que regresara. Pero así como un acto de maldad muy grande lo hizo huir, sólo un acto de bondad muy grande lo puede hacer regresar. Muchas veces me pregunto cuál puede ser ese acto de bondad. Y quién lo puede hacer.


                                                                  Rigoberta Menchú  con
                                                                           Dante Liano
                                                        (Li M´in, una niña de Chimel, 2001)


Oscuridad

El dolor crece bajo un cielo triste y sombrío.
Temerosos ojos bucean ante un grave rugido.
Busco al despertar
amar y dar.
Con la imaginación germina un nuevo mundo florido.

A. Z.


en la semilla está el bosque

sembrando oxígeno

Luz

Un niñito sabio que en un pesebre nació
los misterios de la vida enseñó cuando creció:
“la paz
y la libertad
son joyas para quien descubre el verdadero Amor.”

A. Z.