La propuesta de este espacio es difundir e intercambiar ideas y experiencias pedagógicas para la construcción de una cultura de paz
Todos somos parte de la amorosa energía que da vida a nuestro planeta…
Nuestras acciones como individuos nos liberan o nos condenan como sociedad.
Te invito a compartir este ideal de cultura de paz en cada pequeña elección de nuestra vida diaria.

Fraternalmente:
A. Z.
10 de febrero de 2011



“La cultura de paz es el pleno respeto a
la dignidad y a los derechos
individuales y colectivos de
las personas y de los pueblos.”

Rigoberta Menchú Tum



miércoles, 5 de junio de 2013

Historia del río que cambió de rumbo


Cuando yo era niña, por Chimel pasaba un río. No era muy grande, pero uno podía bañarse en él. También, sobre las piedras grandes y lisas como caparazones de tortugas gigantes, las señoras lavaban la ropa. Lavaban la ropa y conversaban y se reían.
         Para llegar al río debíamos atravesar un cafetal, siguiendo un senderito estrecho en donde sólo cabía una persona. El cafetal era oscuro, porque grandes árboles le daban su sombra. Era una oscuridad verde y llena de olores y, a veces, nos comíamos el rojo fruto del café, que tiene un delicioso sabor dulce. Luego bajábamos un terraplén y aparecía el río ante nuestros ojos.
         El río era transparente, parecía una hoja de papel celofán que se fuera desenrollando con el suave rumor del agua. Lo que más me gustaba era saltar de piedra en piedra. El río era un milagro. ¡Tanta agua corriendo sin cesar! Era un regalo de la naturaleza.
         Había pequeños pececillos, que eran renacuajos. Los peces grandes estaban en las partes más hondas. El río venía bajando de las altas montañas, en donde siempre había nubes. Pasaba por el pueblo y luego seguía lejos, lejos, hasta ir a dar al mar. Mi abuelo decía la mar. Nosotros nunca vimos el mar. Mi papá decía que era inmenso como el cielo. Pero yo no lo podía imaginar.
         Las piedras pequeñas del río eran de todos colores. Las había color naranja, verduscas, azabache, blancas, ámbar, amarillas. Me encantaba verlas con la lupa del agua. Metía la mano bajo el agua y también mi mano parecía grande. Cogía una piedra y me daba cuenta que era chiquita. Con mis hermanos jugábamos a salpicarnos, hasta que quedábamos completamente mojados y nos bañábamos.
         La abuelita decía: Pueden jugar con el agua todo el tiempo que quieran. Pero cuando sea el mediodía, no miren dentro del agua, no miren el fondo del río. Su reflejo o su sombra se transformará en la sombra del rostro de un gallo con cola de serpiente verdiazul. No se queden solos en la orilla del río, porque Ajaw (nuestro creador y formador) se baña y también bebe su agua.
         Aprendimos a nadar en las ensenadas del río. A veces, la corriente se aparta, como si se fuera a pasear, y descansa cerca de la orilla, en sus aguas profundas. Desde las piedras nos tirábamos de clavado y luego nadábamos hasta la ribera del río. En esos momentos, recuerdo que éramos muy felices.
El río atravesaba el pueblo. Pero cuando vinieron las épocas malas, cuando vino la guerra y la gente tuvo que ir a refugiarse en la montaña, pasó algo mágico, extraordinario. ¡El río se espantó! Se asustó de lo que había visto pasar en el pueblo, durante los años malos y entonces se metió debajo de la montaña. Fue a salir del otro lado. Y ahora el río no pasa por Chimel.
         Pasa del otro lado de la montaña, a donde se fue a esconder, junto con la gente. Yo quisiera que regresara. Pero así como un acto de maldad muy grande lo hizo huir, sólo un acto de bondad muy grande lo puede hacer regresar. Muchas veces me pregunto cuál puede ser ese acto de bondad. Y quién lo puede hacer.


                                                                  Rigoberta Menchú  con
                                                                           Dante Liano
                                                        (Li M´in, una niña de Chimel, 2001)


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Oscuridad

El dolor crece bajo un cielo triste y sombrío.
Temerosos ojos bucean ante un grave rugido.
Busco al despertar
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Con la imaginación germina un nuevo mundo florido.

A. Z.


en la semilla está el bosque

sembrando oxígeno

Luz

Un niñito sabio que en un pesebre nació
los misterios de la vida enseñó cuando creció:
“la paz
y la libertad
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A. Z.