Había una vez un pequeño pueblo, en una
extensa llanura color esmeralda. Sus habitantes eran gente sencilla, alegre y
solidaria, siempre dispuesta a reunirse para cantar, bailar y celebrar. Sobre
la fértil manta a cuadros del paisaje los animales de granja se movían de un
lugar a otro como manchas de colores.
Alrededor de la plaza principal, pintorescas
casitas abrigaban los sueños de cada familia. Más allá estaba la fábrica de
caramelos, un colorido edificio con dulce aroma frutal. Muchas personas del
pueblo trabajaban allí.
Una mañana el cielo oscureció en pleno día con un negro manto de
noche sin luna. ¿Qué había sucedido? ¿Estaba oculto el sol tras oscuros
nubarrones de tormenta? ¡No! ¡Era un gigante hambriento y gruñón! Primero, el temible
ogro, comió todos los caramelos de la fábrica y después, a algunos animales de
los campos cercanos. Cuando el gigante caminaba con sus pasos de trueno, dejaba
huellas de miedo, muerte y destrucción. Algunas personas lograron escapar y
encontrar asilo en tierras lejanas. Otras corrieron a encerrarse en sus hogares
mientras el gigante dormía. Y algunos pocos comenzaron a pensar qué hacer para
liberarse de este gran enemigo.
Un día llegó al pueblito una viuda con siete
hijos. Tan pobre era la mujer y tantas las penurias que había pasado junto a
sus pequeños, que no huyó ante la presencia amenazante del gigante dormido.
Una helada tarde de invierno, mientras la
mamá estaba aún trabajando, la niña más
pequeña de los siete hermanos, que había caminado largas horas observando los
senderos de las hormigas entre la hierba seca, se perdió en el monte. Cuando
notó que ya no recordaba el camino para
regresar a su casa la pequeña lloró con una tristeza abismal. Sus lágrimas
mojaron la tierra y bajo sus pies creció una florcita rojo carmín. Desde la
rama más alta del árbol más alto, una lechuza blanca como la nieve observaba la
escena con sus ojos ambarinos. En ese momento apareció entre los arbustos un
joven hermoso, sus cabellos dorados iluminaban su mirada celeste y bondadosa. La
niña dejó de llorar, sintió en su corazón una serena expectación y se quedó
dormida. Cuando el príncipe miró a la lechuza, ella voló a buscar a Lila, el
hada verde, que en sus sueños estaba creando canciones de pajaritos y pintando
alas de mariposas.
Mientras tanto, todas las personas del
pueblo se habían unido para buscar a la pequeña. Estuvo extraviada tres días.
Al amanecer de la tercera noche, el hada
verde llegaba volando junto a la lechuza blanca. Desde arriba los campos se
veían a cuadros verdosos y ocres y los caminos rurales parecían los senderos de
las hormigas. Frente a las ruinas de la fábrica de caramelos el gigante dormía
con su hedor pestilente de violencia y maldad. Entonces Lila cantó dulcemente y
su voz cristalina llegó hasta el arco iris de los duendes, invocando su ayuda.
Los duendes del arco iris eran doce
simpáticos enanitos que tenían poderes mágicos sobre el clima y los animales
más feroces obedecían a sus palabras.
Lila se adentró en el monte y encontró a la
pequeña dormida en el interior de una cueva, custodiada por los animales que
vivían allí. El hada verde le dio un beso y en la frente de la niña resplandeció una estrella. La pequeña abrió los ojos y sonrió
confiada al verla.
Un rayo partió en dos el cielo y el gigante
se levantó gruñendo, con la intención de devorar a todo ser que encontrara.
Rápidamente los duendes comenzaron a cantar y a bailar una rítmica y graciosa melodía. Se formó una nube gris
sobre la cabeza del gigante y comenzaron a llover piedras sobre él. Una serpiente
verde salió entre el pastizal y le mordió el pie derecho. El gigante huyó
desconcertado con la tormenta que lo
seguía hasta perderse en el horizonte.
Los pobladores habían llegado hasta la
pequeña niña, siguiendo el vuelo de la lechuza blanca, y también atraídos
por la canción del hada.
Un bellísimo arco iris iluminó el cielo
cuando la madre abrazó a sus hijos. La pequeña niña sonreía feliz; un pajarito
se posó en su hombro y le susurró un secreto.
La niña corrió hasta llegar al otro lado del
arco iris seguida por todas las personas del pueblo. Allí encontraron un cofre
lleno de monedas de oro. Desde entonces vivieron felices y en paz: siempre
cantando, bailando y celebrando la vida.
© Alma Zolar
Bello!!!!!!!!!!!!!!!!! Hermoso Alma estoy encantada de setuirte!
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